miércoles, 23 de enero de 2019

viejo


Intentaré hacer del laconismo un éxito en este mundo en qué la brevedad es una enfermedad. Para procurar simplificar a lo que me refiero pondré un ejemplo, documentado lunes a lunes. Trabaja conmigo un chico de aproximadamente 20 años. Nada que decir sobre su faceta laboral. Es alto, guapo según dicen las chicas con quien podemos compartir relación social nunca amorosa, alegre, inteligente y listo. No está mal la descripción, podría detallar más pero no es necesario. En definitiva, que cada lunes igual qué quién comenta el resultado de un partido de fútbol, soltero como está él, le pregunto a ver con cuantas; Y de chicas estamos hablando. Sé que no me miente. Entre viernes, sábado y domingo, jamás baja de las 2 cómo mínimo. Cierto es que a veces repite de una semana con otra, sin embargo, mayoritariamente no.

-¿Cómo te llamas?- Esta frase podía pasar en la tercera o cuarta semana de coincidir en la discoteca de moda y después 523 miradas. Y en esa noche, la conversación no iba mucho más allá. Si la semana siguiente estabas de suerte y volvías a coincidir, pues un ratito más de charla, no existían los móviles ni el WhatsApp. Así las siguientes, no sé cinco o seis semanas hasta conseguir una cita un día por la tarde, una noche o ir al cine. Después otros tres meses de amistad-relación con quizás algún beso. Y siempre, acababa encontrando uno más guapo con quién caían rendidas como por arte de magia a sus pies y a ti, te quedaban los amigos que te esperaban con los brazos abiertos y en cada mano una cerveza, vencidos ellos también en similares batallas.

-¿Pero cómo coño te lo haces?- He aquí la cuestión. Le dije al cabo de no sé cuántos fines de semana con los mismos porcentajes ¿de acierto? ¿De gol? ¿De lujuria?

-De verdad que no soy yo. Vienen ellas a mí y me piden rollo. Su respuesta, tan corta cómo sorprendente para un Tiranosaurio Rex como yo.

Maldita sociedad de consumismo empedernido. Esta es mi hipótesis. Maldito porno al alcance de todos con un clic que nos hace creer que todo está permitido y que tenemos que hacerlo todo maravillosamente y ellas disfrutar de una forma alocada siempre, con un desenfreno imposible perpetuamente. Maldito haber nacido treinta años antes. Maldita sociedad de lo efímero que hemos creado, con lo bonito que era alargar la vida de todo tanto como era posible. Des de unos pantalones con rodilleras inclusive en las nalgas, a los televisores, pasando por las amistades y los amores. Malditos chinos que inventan y producen tanto que es más económico cambiarlo que arreglarlo.

¿Me estaré volviendo un nostálgico o de eso se trata hacerse viejo?




viernes, 18 de enero de 2019

Música eres


Viernes noche. Me gusta la música. No toda, claro está, pero si diferentes clases. A menudo busco, pruebo, cato otros grupos a los habituales, otros estilos, otras canciones. En distintas plataformas de esta era digital, que para un analógico como yo es fascinante. De los discos a los casettes, después los cd's, los pen's y ahora la conectividad a un mundo infinito donde encuentras cualquier cosa al instante, sin tener que sacar la cinta y rebobinar con un bolígrafo para hallar casi por casualidad la canción que quieres escuchar una y otra vez igual que ver esa chica que con su sonrisa, porqué las canciones cómo las sonrisas, hacen brillar más el sol, dan luz.

Actuakmente, puedes ver un videoclip infinidad de veces, sin tener que esperar a esos cinco minutos, tan anhelados que una vez por día, era cuando lo pasaban casi de escondidas en un canal de segunda, quizás autonómico, quizás tarde, y se te escapaba la ocasión entre los dedos se transformaba en unas ansias que debías tragarte y digerir porqué hasta mañana no habría otra oportunidad de disfrutar, ni de intentar entender el por qué de todo, en un laberinto de sensaciones casi descubiertas a diario, poniendo todo tu empeño en aprovechar aquellos segundos para aprenderte la canción y estudiar las imágenes, gravando el instante por siempre jamás, para poderla recordar el día siguiente y tararear durante todo el día hasta poder volverla a escucharla en ese programa musical o comprar la cinta de casete y tenerla entre las manos, leer la letra, comprenderla, disfrutarla, sin temer que el instante sea tan fugaz y efímero que únicamente te dé tiempo a echarla de menos. Y ahora, los críos de hoy, lo ven una y otra vez, tantas, que las aburren en seguida. Casi en horas. Sin saborear cada una de sus notas, de sus cosas.

Y después están los conciertos. Esas noches donde la música en directo lo envuelve todo y vives sumergido en ese disco, chillando, bailando, acompañando al cantante, al grupo, en un juego de sincronización que dura lo necesario para creerte parte de la función disfrutando de la noche estrellada, dejando de ser el espectador por perder el raciocinio y entrar en el vaivén de un sueño esperado des del día que compraste las entradas por un espectáculo, que a menudo no defrauda. Y hoy que puedes conectar el pc, buscar un concierto en YouTube y sin salir del sofá escucharlo integro: Nada es igual. Sin duda, no es lo mismo, aunque el sonido sea muy envolvente, la definición de 4k y las ganas casi las mismas.

Pues en pijama no tiene la misma fuerza el: ¡Larguémonos, chica hacia el mar!

martes, 15 de enero de 2019

Espíritu crápula


Sábado noche. El término sábado viene del latín bíblico sabbatum, este del griego sábbaton,  y este del hebreo Shabat: reposo. Día de reposo. Lo dice la Wikipedia no es que yo sea muy listo. El shabat para los judíos es el día de reposo, de rezo y del enriquecimiento espiritual, des del viernes por la noche al sábado cuando se pueden ver brillan las estrellas.  Para los jóvenes modernos, es cuando ellos se disfrazan de caballeros y ellas de princesas orgullosas.  El lunes si un caso, ya volveremos a la obra o al camión, a ser dependientas o enfermeras.
Miéntame. Enséñame tu gran coche y no me cuentes cuanto te queda por pagar. No me digas la verdad. Dime donde fuiste de vacaciones aunque las pagues a plazos o lo hagan tus papas. Miénteme. Cuéntame que se cuerpo es natural, no a base de proteínas y horas en el gimnasio. Que no haces faltas de ortografía gracias al corrector de tu gran Appel o ese léxico incongruente para obviar las normas ortográficas.  No debido a horas leídas, ah no, que esas las pasas en el gym. Que me abrazas por amor no por ganas. Que conoces a Kafka o Bukowski. O que sabes lo que da catorce por veintidós sin mirar tú móvil. Que meas para quitarte de encima esa borrachera rutinaria de fin de semana.
Sábado. Amanece. Es muy tarde y demasiado temprano. Excusas baratas  de mal pagador. Empeñados en caer otra vez en los mismos errores, pasan los años volando. Y nos escondemos en la cama cómo si no pasara nada.   No somos lo que éramos ni lo que seremos. Debo hacer un shabat al menos una vez en la vida. Rezar, descansar y sobretodo, conseguir un enriquecimiento espiritual, pues mi espíritu es un crápula. Aunque sea mal y tarde.

domingo, 6 de enero de 2019

Fin de fiestas

Las fiestas de navidad a parte de ser un farsa, unos cuantos besos de judas, son un calvario. Un procesión de hartazgos entre aguantarnos y comidas. Por fin han terminado los abusos  de calorías y confianzas. Podría escribir una a una cada mentira, cada comportamiento, cada actuación, ese museo de cera en cada comedor y en cada cocina. Un sinfín de conversaciones que nacen muertas, derribadas por el desinterés. Después, al terminar, nos marchamos bien lejos, da igual si son 15 o 15.000 kilómetros, hasta el reencuentro. Confundidos por la estimación, la melancolía y el alcohol.

Nadie dice lo que piensa. Y jamás hablamos sin pensarlo. Como una actuación desastrosa,  con males actores y peores representaciones. Para comer igual que si no hubiera un mañana e hincharnos de todo y todos. Escondiéndonos detrás de nube de felicidad porqué el macias es nato hace dos mil y pico de años, liberándonos a todos de nuestros pesares, mejorando un mundo que por nosotros mismos, los humanos, egoístas, malvados y viciosos, sin él, ni ellos, todo su séquito, jamás seriamos capaces de salvar, del juicio final, del apocalipsis de nuestras propias malas compañías. Tal es su importancia, que contamos los años antes de cristo y después de él. 
    
Un protector de estómago. Algo que nos ayude a digerir la sopa, el pollo, el turrón, el pastel en definitiva. El ruido de los intestinos, de las vísceras, de las entrañas nos remueven el estomago, la salud, y el mal estar, hasta que no podemos hacer una buena cagada y deshacernos de tanta mierda. Y claro está, para un ateo empedernido como yo, gracias a Dios, es un sin sentido más, tan absurdo como la vida.


Feliz fin de fiestas.