martes, 24 de diciembre de 2019

Soñar por soñar; quiero soñar contigo.


Mientras tiraba marcha atrás, yéndose por donde un año antes había llegado, él, la miro a los ojos, echándola en ese mismo instante ya de menos y sin pensarlo, le gritó:

-Si tengo otra vida, prometo buscarte. Será lo primero que haga.-

Segundos después, cuando ella se alejaba ya encima de su corcel blanco, castigado toda la vida con la incredulidad, consideró, como una revelación, levantarse ante la cruda realidad y asumir que debía ir a hallarla en esta y no otra, pues lo más probable era, que no habría.

Una calabaza. Buscaba una calabaza. Y de la calabaza pasaron a las palabras, de las palabras a las conversaciones y de las conversaciones, a intercambiar alientos. Compartiendo oxígeno para conseguir respirar mejor. De las mañanitas, a los mediodías y a las tardes, y a las noches. De los roces, a los besos y de los besos al querer. Cómo una brisa suave, los sentimientos se apoderaron de sus organismos y con ellos el deseo. Y todo, en cinco minutos en cada escapada.

Escondidos siempre del valedor de ella, del protector de él. Recordando que al llegar, casi ni se miraron. Pero allí estaban… seres prohibidos: Jugando a ser humanos.

Por las calles empedradas. Ocultados entre sombras, creyendo ser invisibles. Eternos. De madrugada, sobre el frío suelo. Detrás de la puerta. Igual que un relámpago un beso, una mirada, apretujándose con fuerza, pensando que no podrían ser separados. Palabras y más palabras sin acabar nunca de explicárselo todo. Buscándose en el espacio, muertos de sed, de hambre, de vida. Muertos de ganas.

Amputado todo por la existencia de una realidad paralela cargada de raciocino. Gris. Colgados de un sueño que no podía traspasar de eso. Y su sueño después, murmuraron haberlo podido vivir. Aunque fuera medio ocultos tras la incomprensión de la enfermedad de un pueblo unido por un yugo de clasismo.

Pena. Al girarse al oler su aroma y descubrir a otra. Al olvidado sabor de su aliento. Al tacto de su piel. Al placer de sus labios. De su cuerpo. Al perderse recordando el recorrido por sus lunares. De sus risas. De sus sonrisas. De sus ojos brillar. De su preciosa timidez. Pena de no poder escucharle sus penas. Pena: Que cargar. Que acecha. Que entristece. Que cansa. Pena. ¿Por qué? Todo eso cuando nadie nos ve. 

Y cómo un extranjero; sintiéndose se fue.
      


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