La escribió con 19 años, una guitarra de segunda mano y la idea absurda de que el dolor, si se canta, pesa menos. Después de que lo dejaran por un tipo que tocaba mejor la guitarra o no tocaba ninguna, qué más da. Lo importante es que ella se fue y él se quedó con un nudo en la garganta y una libreta medio rota donde apuntó cuatro frases que rimaban. Luego les puso música. Luego la cantó. Y después de eso, se jodió todo. No sabía que esa canción era una celda.
Porque la canción funcionó.
Se convirtió en un éxito, en una firma, en una cicatriz. La gente se la pedía en los conciertos como si fuera una cerveza fría o una ex que vuelve. Y él, como un camarero fiel o un tonto con suerte, la servía. El aplauso del público, cada noche, sería el eco de una condena perpetua.
Incluso en su propia ducha, la cantaba, como si el agua pudiera limpiar lo que la música no ha conseguido.
A veces pensaba que esa canción era su mayor triunfo. Otras, su mayor derrota.
Con el tiempo dejó de preguntarse si hablaba de ella o de él o de una mezcla extraña de los dos. Había noches en las que sospechaba que no la había escrito él, sino que la canción le había escrito a él. Lo había mirado desde una esquina del alma, y le había dicho: “Tú, el de los ojos tristes. Vas a cantarme hasta el último día, y vas a llorar en el mismo sitio. Siempre.”
Y lo hace.
Hoy tiene casi 70 años y todavía la canta. Llora al tercer verso, como siempre. El mismo llanto, el mismo acorde menor que tiembla como una hoja. Con la misma voz que le queda. Con la misma lágrima que no ha sabido reciclar. Dice que no sabe si llora por ella, por él, o por el chico que fue cuando escribió aquello.
A veces sospecha que no existió ninguna mujer. Que la canción se escribió sola. Que él solo fue el instrumento.
Otros días cree que el verdadero preso fue el amor, encerrado en una melodía sin posibilidad de fuga.
Y otros, los menos, se despierta con la idea extraña de que no ha sido cantante, sino canción. Y que alguien —quizá tú— la ha estado escuchando todo este tiempo.
Una vez dijo en una entrevista que no se siente cantante, sino reo. Que su carrera ha sido una gira carcelaria por culpa de una canción. Pero cuando se apagan las luces y todo el mundo la corea como si fuera suya, sonríe un poco.
Y por un segundo, solo uno, cree que quizá mereció la pena.
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