miércoles, 28 de abril de 2010

Grizzli

En el campamento de verano, había conocido, una chica verdaderamente hermosa. De cara afable, dulce, rubia y con todo muy bien puesto. Su juventud le daba el don de lo tierno, su sonrisa; la alegría del exploración. Se llamaba María. ¡Bendito campamento! Pasamos tres meses llenos de casi todo, mucho amor, pocos besos y nada de sexo. Pero bien bonito.


El verano, como todo, llegó a su fin. Y María, se quería despedir de mí, de una forma especial, me susurro en el oído, al lado de la hoguera. Era la penúltima noche. Pasemos juntos mañana las 24 horas finales, le propuse yo. Ella con su sonrisa picara, dijo que si. Y me beso, en la boca, como pocas veces hacía. El aparato bucal, le daba corte, decía sentirse ridícula y por eso no me besaba casi nunca. Por la mañana, nos fuimos los dos solos, hacía adentro del bosque, a la orilla del lago. Y allí, en medio del inmensidad, bajo la luz de la luna, descubrimos, mutuamente lo que era el amor en hechos, en sensaciones, en estímulos, en caricias y orgasmos. Allí solos, sin nada más que nuestros cuerpos i la inmensidad del infinito.

Cuando el amor afloraba sin tregua, de repente, un oso Grizzli salió de detrás de unos matorrales, gruñendo con mucha fuerza y se abalanzo, con sus zarpas, sobre María. La despedazó y inmediatamente, mientras yo seguía allí sentado desnudo, se la comió. No pude ni moverme durante el intervalo de su comida.  Después se marcho, olvidándome. Dejándome la vida. Luego, volví al campamento y como si nada hubiera pasado.

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