Había pateado el balón con demasiada fuerza. Por eso seguía yo, allí, medio tumbado, medio incontente, apoyado en ese pequeño árbol, que a mi madre se le ocurrió, unos pocos días atrás plantar en ese lugar. Sin darse cuenta la pobre, que estaba en un sitio inmejorable para hacer de poste de portería. Mí hermano, cuatro años mayor, no podía parar de reírse. Y a mí, nadie me atendía. ¿En qué maldito momento se me acudió hacer caso a mí hermano y meterme de portero? Con él, de delantero centro, tirando un penalti a demasiada poca distancia.
Pasaron unos minutos, hasta que no me encontré con la suficiente lozanía para levantarme e ir en busca a mi madre, siempre, en cualquier rincón de la casa, haciendo alguna tarea. Di varios tumbos por el hogar; en el garaje, era lo primero que me encontraba al entra, no estaba, en la cocina tampoco, el comedor apreció ante mi inmenso y vacío, debía ser por el impacto, de no encontrarla o de la pelota, en su habitación todo correcto como siempre pero sin ella, en la mía, igual que en la anterior y por fin, en la de mí hermano, que aún debía estar en el jardín riéndose o comiendo un sándwich ya omitido de cualquier carga y olvidado de todo mi trauma, allí la encuentro, dejándole todo colocadito. Con mi mejor cara de mocoso, sucio y llorón, envidioso de encontrarla en el cuarto de ese bandolero, entre suspiros, llantos o yo que se que magnifica actuación, le cuento el suceso. Ella, tan dulce, cariñosa y maravillosa madre, me coge entre sus brazos, abrazándome, preguntándome si estoy bien y me lleva al cuarto de baño para mojarme con cuidado la cabeza. Recupero un poco el aliento y la entereza, pero aún aprovecho el momento. Es unos de esos que a la vez que te vas haciendo mayor, se van hiendo sin darte cuenta, hasta que ya no queda ninguno. Me hace la merienda, y me deja sentado en el sofá, mirando los mismos dibujos de siempre, con mi hermano al lado, cerca, sin rencores, otra vez a punto para al acabar la serie, volver a empezar una nueva aventura, que como hoy, veinticinco años después; recordaré.
Muchos siempre cuentan, que el pasado fue mejor. Lo desconozco. Quizás, más feliz porqué de niños, teníamos menos cargas y obligaciones. Quizás. Pero lo claro es, que donde nos encontramos es en el presente y con esto, debemos vivir. Ahora, nos toca a nosotros, limpiar las heridas y acompañar en el desarrollo, suyo y nuestro. Para qué por lo menos, nuestros hijos, puedan vivir, como lo hicimos y con las mismas oportunidades que tuvimos.
3 comentarios:
Infancia feliz con buenos recuerdos te hace mejor para que los que nos siguen puedan también tenerla. Al presente se lo combate con humor. Abrazo porteño.
No sé .... no sé si todo tiempo pasado fue mejor. Fue distinto. Pero si sé que antes los problemas se solucinaban con una curita o un sana sana colita de rana, que la leche con vainillas de mamá me hacian olvidar de todo lo malo y que las peleas "para siempre" con mis amigas duraban 20 minutos.
También sé que prepararles la leche con vainillas a mis hijos y decirles sana sana me hacen feliz.
Dany: Sí, quizás sea así. Y el presente con humor y footing por lo que vi. Felicidades por la hacer caer la pared.
Un Saludo.
Malena: Inmensamente feliz te hacen los hijos, pero la nostalgia aún no ha endulzado lo suficiente para sentir la añoranza de estos tiempos. Supongo que por eso es un sentimiento distinto.
Un Saludo.
Publicar un comentario