Separarse puede ser: bueno, malo y ni chicha ni limoná. Depende
de diferentes factores. Uno de ellos es el por qué. También está supeditado a
si se tienen hijos o no.
Es bueno, sin duda, si es lo que deseas. Sin embargo, si se
tienen hijos y la custodia es compartida, dentro de lo bueno hay una mitad de
malo, que es, cuando estas sin ellos. Pasas a perder media vida suya y a la vez, tuya.
Es malo, si te abandonan sin razones aparentes. Y si se
tienen hijos, aún peor. Si se va con otro/a, es, para escribir una tragedia.
Aunque si es tan mala puta para hacerlo; cuanto antes mejor.
Es ni chicha ni limoná, cuando ya la convivencia es igual
que la separación. Hay millones de personas que son así; ni chicha ni limoná.
Algo fuera del alcance de mi entendimiento. Pero las hay.
En la separación aparece (en algunos casos, si no es por
cambio de pareja) la soledad. Hay dos grandes tipos de soledad. La primera, es
con la que habitamos. La segunda, la que nos habita (la idea no es mía, debo reconocerlo.
Pero me pareció fascinante. Así que me la tome prestada).
Podemos conseguir habitar lugares en soledad, se nos puede
hacer pastoso, terriblemente irresistible, incluso lastimarnos moralmente. Herirnos.
Debemos revelarnos y luchar para cambiarlo.
Sin embargo ¿cómo echar la soledad que nos habita? Podemos
probar la teoría (que nos viene como anillo al dedo) “Un clavo saca a otro
clavo”. Pero aquí volvemos al comienzo. Todo depende del como haya sido
separarse. Y separarse, en la mayoría de ocasiones es una putada, pues pocas veces acaba bien. Si no, pregúntenselo a
los críos.
¡Viva la vida en pareja! (Lo que no significa la monogamia).