Es mentira. No vivimos una única viva. Vivimos millones de
vidas diferentes. Somos una única persona en distintos lugares casi al mismo
tiempo. Y cada uno de nosotros actúa distinto según el sitio y la compañía.
Cada herida, cada cicatriz, cada experiencia y cada huida
nos modifican. Nos cambian, convirtiendo en un imposible seguir viviendo la
misma vida. Cada persona, cada mentira, cada paso de valor, cada perdón, cada
rencor guardado en lo más hondo al lado de cada beso, cada alegría, cada despertar,
cada abrir los ojos, cada amor, cada desamor, cada acierto y cada error.
Vivimos distraídos sin ver cómo nos adaptamos en un marco,
encajando donde creemos que nos mimetizamos más según nuestro carácter, a pasar
inadvertidos o ser el centro de atención. O quizás, ni eso ni aquello. En una
forma indefinida sin aportar demasiado ni molestar lo mismo. En cada lienzo, o
momento, somos un yo diferente.
Coexisten tantos yo’s como nos es necesario. Y cada uno, es
una vida paralela con el mismo conductor. No actuamos igual, frente a nuestro padre, o
a la pareja, o con los amigos, o en el trabajo, con la vecina maciza del
tercero. Según si quién tenemos delante nos atrae o no, actúa un yo u otro.
Luego, están las vidas que jamás viviremos. Como vías muertas
por un instante en ese momento tan nimio cómo al final trascendental. Despedazadas
en tantos retales que resulta imposible, ni con demasiado tiempo, volver a
juntar. Son un eco en la memoria. Una conjetura que siempre bailara en nuestro
cerebro a veces un vals, a veces un tango.
Incluso, existen las vidas que ni conocemos. Son vidas que
otros, a veces desconocidos, crean con nuestra persona como protagonista. Ya sea
por amor o por odio, imaginan un futuro en el que representamos su máximo. Una quimera.
Donde cruzamos el mar con ellos o
morimos en un callejón oscuro. Aventuras vividas en presente inverosímil.
Y des de este papel digital, únicamente puedo alegar:
padezco una profunda nostalgia de mí.
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