Paseando hoy por el centro de mi ciudad, he hallado una terraza que este sol de primavera, que llevaba demasiados meses escondido, enfocaba. Como si dios, fuera, quien la eligiera por mí. Con tal llamada celestial, ayudad de una audaz y (tia) buena camarera, me he sentado a tomar la primera copa del verano, aún ubicando en primavera.
Allí sin nada más que hacer, que saciar mi sed, quizás en otro momento sea una verdadera quimera, pero en aquel momento, no me resultaba una gran aventura, he empezado a cotillear entre las almas que había como yo, en el oasis de nuestro señor. Dos viejitas, sin demasiado interés, más que su forma de hidratarse, un gin tonic. Una señora, solicitada constantemente por el móvil, o eso hacía parecer, para darse distinción. Un señor, dentro, en la barra, que llevaba un mono de mecánico, y sin embargo, podía haberse sentado con las dos ancianitas. Y para finalizar, unos jovenzuelos, dos chicas y un chico. Que no tendrían más de 15 o 16 años, y ellas, jugaban con él. Ahora se le acercaba una, sonriéndole, tocándole el pelo, después la otra, por detrás le tiraba de la camiseta, y él, sin saber que responder a esos coqueteos, burlescos. Ellas, con otras intenciones, no buenas, se han carcajeado del verdugo, con cadena de pubertad y seguidamente, se han marchado, dejándolo allí solo, abandonado.
He abierto la prensa, y en la primera página venia la gripe, en la segunda, la crisis luego, en seguida los deportes, y yo, con otras intensiones, buenas, he dejado caer en el olvido las dos primeras.
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