Que esperas el autobús, dijo, el “autocaravanero”. A la mujer sentada en el arcén.
Ella respondió que no. Pero si quieres, le dejo pagarme un viajecito. Y así lo hicieron. Subió al hotel con ruedas y se fueron a recorrer mundo. Días después de muchos kilómetros y más sexo, enlazaron sus caminos. Ella le había regalado su cuerpo, en su totalidad. Él, un bonito viaje, y la identidad de su mujer difunta, para que disfrutara, de la vida que se había dejado por vivir.
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