Nos encotrábamos por casualidad intencionada, en ese lugar los lunes, miércoles, jueves, viernes y el fin de semana. Los martes, nunca venia y no se, ni me interesa el porque. De allí, nos íbamos andando hasta mi piso, donde continuábamos con los besos apasionados, hasta caer en la cama, para finalizar la faena. Algunas noches, se quedaba a dormir, otras no. Pero en ningún amanecer coincidíamos al despertar. Ella siempre madrugada más. No se que tenía que me hipnotizaba, quizás, eran su tacones de aguja. Que le daban esa altura justa.
Un día, al llegar a mi piso, lo primero que hizo, fue, sacarse los zapatos. ¡Que desilusión la mía! ¡malditas confianzas! Perdió, aún no se le porque, todo mi interés. Lo malo, es, que al no decírselo, lo hizo una costumbre. Por eso al cabo de unos días, la tuve que dejar.
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