jueves, 4 de febrero de 2010

Tacones de aguja...

Solía, frecuentar un bar musical, no para bailar. Lo sonoro, el humo, y unos grados de alcohol, ayudaban a mi ego en la batalla del cortejo. Agasajaba a cualquier hembra, sin discrepancias. Ella era rubia, pequeñita y coqueta. Allí la conocí.


Nos encotrábamos por casualidad intencionada, en ese lugar los lunes, miércoles, jueves, viernes y el fin de semana. Los martes, nunca venia y no se, ni me interesa el porque. De allí, nos íbamos andando hasta mi piso, donde continuábamos con los besos apasionados, hasta caer en la cama, para finalizar la faena. Algunas noches, se quedaba a dormir, otras no. Pero en ningún amanecer coincidíamos al despertar. Ella siempre madrugada más. No se que tenía que me hipnotizaba, quizás, eran su tacones de aguja. Que le daban esa altura justa.

Un día, al llegar a mi piso, lo primero que hizo, fue, sacarse los zapatos. ¡Que desilusión la mía! ¡malditas confianzas! Perdió, aún no se le porque, todo mi interés. Lo malo, es, que al no decírselo, lo hizo una costumbre. Por eso al cabo de unos días, la tuve que dejar.

Al pasar unas semanas de haberla dejado, en una visita rutinaria el medico, me descubrieron una hernia en la espalda. Descubrir con ello, que no eran los tacones de aguja lo que me gustaba de ella, sino que era, mi dolor al agacharme cuando se los sacaba, lo que rompió con esa bonita relación. Al sanar mi dolor, volví todos los días menos el martes al bar, sin hallarla nunca más.

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