lunes, 13 de febrero de 2012

La mirilla.


La gripe es lo más parecido a la soledad. Cuando no la anhelas llega, y cuando querrías estar en cama, por cualquier razón, una semana, nunca aparece. Y siempre, es costoso hacer del todo limpio. En fin, que estaba acechado por ese virus, en casa, siguiendo la procesión típica del sofá a la cama y de la cama al sofá, cuando de repente, a media mañana sonó el timbre. Mi cerebro funciono todo lo rápido que podía funcionar… el cartero, la policía, algun vecino o mejor; alguna vecina, el alcalde (no sé porque lo pensé) los evangelistas, ladrones recalando información, un repartidor perdido, un recuerdo, el peligro, si seguía así no abriría nunca, por eso, me puse el albornoz (una pieza que únicamente utilizo cuando estoy enfermo), y fui a abrir.
Al no tener mirilla, la sorpresa es desastre, pues para saber quién llama ya tienes que mostrarte y la opción, “no estoy en casa”, se esfuma. Mi asombro fue enorme al abrir y descubrir que quién había llamado a la puerta era le vecina de enfrente, con la que únicamente compartimos rellano y en alguna ocasión ascensor. Aunque en algún momento ella sí estuvo conmigo a solas, sin saberlo.
-          Buenos días. Dijo.
-          Buenos días. Respondí, mientras pensaba todo lo que podíamos hacer y no haríamos.
-          ¿Qué quiere? Pregunté, entretanto, seguía en una realidad de posturas casi extraordinarias.
-          Al irme a trabajar he observado que su coche seguía allí, y como siempre usted se va primero, me he preguntado, si es que aún estaba en casa.
-          Pues verá que sí. Una gripe común me tiene retenido. Pero estoy bien gracias.
-          Me alegro, pero no es usted quien me preocupa si no yo misma.
-          Cuénteme. La verdad es que su estado personal no me interesaba lo mas mínimo, ¿Pero que podía decirle?
-          ¡Estoy triste! Y volvió al silencio.
-          Yo, amenudo también.
-          ¡Realmente triste!
-          ¿Quiere pasar? No era con mala o buena intención o sí, pero aún era pronto para saberlo, lo cierto es, que la vecina, estaba lo suficientemente buena como para tener un apretón y creo, que ahora, también estaba lo suficientemente triste como para colaborar en la causa.
Después de más de tres horas de escuchar, como soltaba todos sus problemas en medio de mi comedor, igual como se vomita en los aseos de las discotecas, se levantó, me dio las gracias y se fue, y mientras marchaba una inmensa tristeza me abrumo, igual que viene la tormenta, y tuve, que pedirle, por favor, que se quedara. Para cambiar el norte de sitio.                  

3 comentarios:

Malena dijo...

Creo que la vecina quería contagiarse la gripe, para quedarse en cama una semana.

Dany dijo...

Eso que describis exactamente pasa con la gripe, llega cuando menos la necesitamos y no viene cuando es indispensable. Un abrazo!

Jou McQueen dijo...

Malena: Si solo era eso, vaya decepción.

Un saludo.

Dany: Sí, así es. Ni está ni se le espera.

Un saludo.