Las armaduras se inventaron para proteger el cuerpo durante
el transcurso del combate. Para no ser heridos. Para que el otro te causara el
menor daño posible. Es un gran invento a mi entender y, si eres capaz de
establecer aunque sea metafóricamente en la vida moderna, una coraza para frenar
posibles heridas, tienes mucho ganada aún que por dentro te estés consumiendo
por el anhelo.
La fachada es importante mantenerla entera, sin grietas,
limpia. Los adentros, son para quién dejes entrar. Si es que dejas entrar a
alguien. Somos como un edificio. Con la azotea, el garaje las vísceras, la
puerta delantera y la trasera. Hay quién incluso tiene un salón comedor, una
cocina con comedor y la habitación del pánico. En todos hay un curto vacío. Y una
ventana que da a ninguna parte.
Nos blindamos a la vida. A sus vaivenes. A su bailes. A sus
golpes y a sus deseos. Nos ponemos una armadura, una máscara, una creencia y la
realidad que nos interese. Apartamos lo humano por lo correcto o lo que nos han
hecho creer que es lo correcto. Después de 2.000 años de catolicismo y otros
males o religiones, decirle como queráis.
No levantemos la voz. ¡No! Mantengamos las formas ante todo.
No vaya a ser que gritándonos no seamos capaces de escucharnos a nosotros
mismo. Y nos perdamos en nuestro propio desteñir de sentimientos por debajo de
la armadura.
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