La mujer que había dentro de mí no era ni joven, ni guapa, ni tan solo graciosa. No tenía un cuerpo bonito, ni unos ojos grandes ni alegres. Tampoco conocía el estilo, ni el buen nivel de vida. Carecía de los recursos necesarios para todo ello, por carecer, carecía hasta de vagina. Pero todas las noches disfrutábamos tanto ella como yo, al disfrazarnos y salir a la calle a cambiar amor por dinero. Nuestros clientes eran tan distintos como los sentimientos con los que cada noche volvíamos a casa. Y mientras yo creía que la guardaba en el armario, ella seguía escondiéndose dentro de mí.
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