miércoles, 21 de octubre de 2009

Cebolleta.


Ayer, de madrugada, llegué tan borracho que creí, que mi mujer me había abandonado. La cama estaba vacía y ella, en ningún sitio. Me tuve que tumbar a dormir, sin poder arrimar la cebolleta. Al despertar, ella, si estaba. Estaba allí, gritandome, sin yo saber porque. La resaca me impedía, entender el significado de sus escandalosos gritos. Media hora después, empecé a desentrañarla. Me decía, que era un cara dura, cosa que ya sabía. Que había vuelto a llegar borracho, cosa que intuía. Que vomite nada más entrar, con todo el ruido que ello conlleva, cosa que obviaba. Y que mientras, ella, lo limpiaba todo, sin vergüenza alguna me puse a dormir, aún de mala leche, cosa que entendí. Con razón, los dos, estábamos de un humor de perros.

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