Era el pequeño de la clase. Ayer me lo encontré. Sigue igual de pequeño. Pero algo en él había cambiado. No era ya, tan chulo. Muy correcto, muy educado. En su sitio.
Recordaba mientras hablábamos, el montón de veces, que le habían pegado. Él, siempre seguía igual, con la misma chulería. Una vez, le rompieron un diente, otra, las gafas. Lo dejaron medio muerto, lleno de moratones, sin bici, ni pelota, pero no lloraba. Nos comíamos su desayuno, su merienda. Nos pasábamos su mochila, y él detrás. Siempre en la reyerta, encarnando el papel de victima, disimulándolo. Era el pequeño, pero también el más vacilón. Carne de cañón. Destino manifiesto; ruina. Y ayer, me sorprendió.
Aunque el tiempo se me echaba encima, tenía que ir a renovar la tarjeta del paro, no lo pude evitar uan última pregunta;
-¿que te ha pasado, como has cambiado tanto?
-La vida, no da segundas oportunidades, y menos, a los segundones. De la mayoría, que se reían de mí, ahora, me rió yo. Hablando de todo, ¿Y tú, de que trabajas?
-Por desgracia, ahora estoy en paro.
-Pasa mañana por mi empresa, veré que puedo hacer.
-Gracias. Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Había cambiado, tanto, que parecía irreconocible. Pero aún, le seguía faltado, la parte inferior de la pala delantera. Como si no lo quisiera reconstruir, por evocación, a donde no quería volver.
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