La escena, era de lo más cotidiano. Una pareja joven, en casa, entre risas y sonrisas. Jugando, desbocando los instintos, en el juego del querer. Correteando por el pasillo, medio vestidos, medio desnudos. Primero le alcanza él, luego ella. Un beso escurridizo, casi efímero. Una boca fugitiva, húmeda. Los veo, como en una película, de esas, en blanco y negro, o a grises. Sigo observando, como quien espía a través de la cerradura. Ese baile de cortejo, esa chispa en la mecha del amor, esa combinación inocente e indecente. Como se van despojando poco a poco, la ropa, el uno al otro. Y cuando, sin más dilación, se encuentran sus cuerpos desnudos, se meten en la habitación. Y justo antes de cerrar la puerta, me reconozco en él, cuarenta años atrás. Y la reconozco a ella, tan joven y tierna. El ruido del portazo, me despierta del sueño, mi hija, vuelve, como cada mañana, a venir, para ayudarme a levantar, y mientras cruza el pasillo, doy gracias a mi subconsciente, para dejarme disfrutar una noche más, de la visita de mi mujer.
-¿Como has dormido hoy?
- Como hacía mucho tiempo que no hacía.
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