La paranoia se ha apoderado de mí. Me veo como el más atroz de mis enemigos. Mi cuerpo no es adversario feroz, tampoco mi fuerza ni mi destreza. En la pared se dibuja una sombra. Delgada y larga. Ella es quién se ha llevado la cordura que tanto añoro. Me apena verla allí, la cordura, encarcelada en la oscuridad de la claridad. Está inmóvil, clavada en la pared, como Jesús en la cruz o como un cuadro. Aunque yo me mueva, ella, sigue allí. Ignora mis movimientos, igual que yo, la ignoraba a ella hasta ahora. Si extravío la sombra pierdo la sensatez por esto, sigo aquí estático. ¿Cómo se puede olvidar una sombra o el juicio? ¡Maldito intelecto! Todo, me parecen axiomas. Incluso, haber perdido la sombra ¿O era el juicio? Me quedo quieto. Mirándola fijamente. Intento hacerla encajar en mí, o yo en ella. Procuro hacerle recordar. ¿Cómo se hace recordar a una sombra? Sino buscando quedar bien, en su retablo. Aunque siempre había creído, que era yo el altar y ella; el retablo. Pero da tantas vueltas la vida ¡Ahhh!
Mi peor enemigo es mi pensamiento. Lo tengo claro, pero: ¿Por qué? Os lo contaré. Sólo, porque creo que es bienhechor, cándido, he incluso piadoso. Piadoso de mí mismo. Y no lo es. Es como esa sombra egoísta y ruin. Que me repudia después que yo, le enseñara mundo. O quizás fuera el juicio, después que yo, le enseñara la sana razón. Pero lo único que desconozco, es como luchar contra mi sombra. De momento, apagaré la luz.
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