Vivimos. Solo eso: vivimos. Que no es poco. Vivimos despreocupados de demasiadas cosas. Pero vivimos felicites o lo intentamos. Quizás, sea por eso. Si nos preocupáramos del sin fin de problemas que hay en el mundo, seguramente, no podríamos ni dormir. Ya no hablar, de las hinchadas de comer que nos pegamos. Vivimos dentro nuestro pequeño entorno. Los problemas del barrio y poco más. Nos prohibimos, de ver más allá. ¿Para qué? ¿Quién quiere ver lo que pasa a lo lejos?
Nos toca los cojones, a los ateos, que venga, a gastos pagados que no son pocos, el papa, jefe de uno de los estados más totalitarios del mundo, aquí, a dar a borbotones, lecciones de moralidad. Pero solo eso: nos toca los cojones. Al fin y al cabo, vivimos bien, qué más podemos desear.
Si en el Sahara, Marruecos, pasa por encima de la población igual que lo hace con las jaimas. Qué más nos da. Si trabajo tenemos nosotros con nuestros derechos. Qué más nos da si matan alguno. No nos preocupa si en el quinto el marido mata a su mujer y son los vecinos, nos preocupará ese pueblo, que regalamos o casi, a Marruecos. Si solo hubiera arena, aquí, no habría levantado la voz, ni dios. Ni Marruecos se molestaría en prohibirles la independencia. Lo que pasa que allí, en ese pueblo abandonado hay materias primas en abundancia, y por eso, ahora, todo son guerras. ¿Qué vale una vida humana? Para mi no tiene precio, para otros nada. Será cuestión de fe. Vivir, es lo único que tenemos.
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