Una melena rubia ondulaba al viento. Era mía. Volvía a ser mujer. Supuse, que debía estar soñando. Me dejé llevar.
Vestía con una falda estampada, un top rojo en el que se permitía un estupendo canalillo. Calzaba, unas chanclas y un turbante obligaba a mí pelo a volar hacía atrás. Debía ser verano. Andaba al lado del mar. Deba la mano a un hombre. Paseábamos como lo hacen los enamorados. Casi sin decirnos nada. Y al mirarlo me dí cuenta que el hombre también era yo. O por lo menos, era alguien con mi físico. Intente conversar para descubrir si lo era realmente o no. De normal hablo poco, en esa ocasión no dije nada. Solo era como una sombra en tres dimensiones y color. Así, no podía saber si era o no yo.
Desde mí cuerpo de mujer, maquiné diferentes opciones para descubrir si verdaderamente lo era. Pregunté si veríamos el Tour esa tarde. No hubo respuesta. Si nos bañaríamos en la playa al anochecer. Tampoco. A mí disgusto le propuse sexo. I por suerte, ignoro ignore, la propuesta. No es que se me acabarán las ideas, sino la paciencia. Por eso me despreocupe de seguir probándolo. Seguí andando a su lado por ver si descubría algo más sobre mí. ¡Qué sentimiento tan extraño este de ser mío! Normalmente, soy tuyo.
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