Estaba sentada en la zona de la cama, donde normalmente ponemos los pies. Digo, normalmente, porqué a veces, sin querer, acabamos allí algunas faenas. Parecía estar al borde del precipicio. Mirando al vació. Pensando si tirarse o no.
Se levanto y en silencio, se fue. Así, se iba todas las mañanas. Pero en esta, había estado extraña. Como si por unos segundos, hubiera, estado cavilando si aún me amaba. Que manera más extraña, de volver a la rutina matutina, pensé. Yo, me quedé especulando un rato más, entre el calor de las sabanas. ¿Cómo había podido estar a punto de tirarse y sin trabajo alguno, hacer como si nada? Andando por el piso, con total cordura. Al parecer. ¿Quizás fuera yo el que no estaba lúcido? En los pensamientos femeninos, no solía acertar. Si yo, creía que sería negro, era blanco. Y al inversa. Me pregunté, como había actuado ayer. ¿Si había algo extraño en mi comportamiento? Que no lo hubiera antes. Y digo actuado, porqué hacía ya mucho tiempo que actuaba. Desde aproximadamente 6 años. Donde sin querer evitarlo, me enfundé en el traje de adultero.
Pues lo de la zona de los pies, hacía mucho ya, que sólo era un recuerdo. Si ella actúa con discreción, ¿que puedo hacer yo? Y me levanté, para volver a la escena, del teatro de mi vida. Aunque sabía, que por mi actuación, nunca, me daría un Oscar. No obstante, me lo merecía.
He vuelto a perder el miedo a mi mascara, con tanta pregunta para levantarme. Falsas historias. He vuelto a matar a Pepito el grillo, con tanta hipocresía. ¡Pero el cabrón, siempre resucita! ¿Ya no sé que vida mía es la real? ¡Maldita conciencia! La mía. ¡Maldito orgullo! El suyo. Sin embargo, ¡Bendita compostura! la nuestra.
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