viernes, 27 de agosto de 2010

Mi reloj.

Desde poco después de empezar a llevar reloj, vaya a ser lo mismo que decir, en mi pubertad, tuve, la costumbre o la manía, no lo sé del cierto, de adelantarlo unos cinco minutos. Sin percatarme, que en vez de avanzarme yo al tiempo, lo que realmente hacía era estar perdiéndolo. Al terminarse la pila y llevarlo al relojero (qué bien suena esta palabra y no sé el porqué), siempre me lo devolvía con la hora ajustada, qué persona está durante toda su vida vigilando que los segundos no se descuenten ¡vaya faena! Me sentía como si ese hombre aparte de cobrarme, supongo, lo debido, me robara mis cinco minutos. A prisa lo volvía adelantar antes que se me olvidara. La verdad, es que no se si lo hacía por miedo a llegar tarde o por elegancia a ser puntual. Pero tampoco me importo nunca.


La cuestión es, que de un tiempo a esta parte, cuando uno por circunstancias de la vida se va haciendo mayor (¡maldito tiempo! Perdonen que me repita) observa que por desgracia y a veces no, la gente se muere. Que la muerte es justa, cordial y seductora. Y que todos caeremos en sus anchos brazos, ya sea en el cielo, en el infierno o en la nada, por la cual me inclino. Y viendo que a mí, como todos, un día me tocara el premio, preferí retrasar esos cinco minutos en mi reloj no vaya a ser que pierda, cinco minutos de estar en esté maravilloso mundo.

2 comentarios:

Pequeña Rock and Roll dijo...

Cinco minutos de más... cinco minutos de menos... para el caso que más dará! Nunca usé reloj...

Sonrisas sin tiempo

Jou McQueen dijo...

Cinco minutos pueden ser una eternidad... Qué suerte la tuya, no depender del tiempo.

Cinco minutos más.
http://www.youtube.com/watch?v=_lKJvIdAMb0&ob=av2n
Un saludo.