lunes, 27 de diciembre de 2010

Las mandarinas.


              En mi cuerpo, a parte de los lunares hay, escondidos, un par de tatuajes. Las mandarinas en invierno, están muy ricas. Aunque frías, para mí, es un placer poder pelarlas impregnando mis manos de su aroma. Pero perecedero, ese olor, se va como se fue el tierno perfume que desprendía mi hija al nacer. Ese que duro a penas unas horas, olía a pan, a pan recién hecho. Inconfundible y creía que inolvidable. Pero recuerdo a que olía, no el olor. Por eso, hay en mi cuerpo un tatuaje con el dibujo de su nombre, escondido, y a veces, se me pierde la vista allí, sin mirar nada, solo recordando. Una sonrisa se dibuja en mi boca. Feliz 2011.       

2 comentarios:

Lila Biscia dijo...

recuerdo el aroma de mi hijo al nacer. quizas lo invente, pero no importa... es el aroma del todo por venir... como un año nuevo, no?

besos
y feliz 2011 para vos y aquellos a quienes amas.

Jou McQueen dijo...

Sí, el olor a algo nuevo, a estrenar. Qué sensación tan curiosa...

Igual Lila para vos.