Nunca tuve un diario. Jamás escribí mí día a día en ningún sitio. Ahora, creo que tampoco lo hago, pero hoy, yo, tengo un blog, éste. Donde aún no se por qué razón, exporto ideas; inventos, mentiras, verdades, recuerdos, sueños, historias imaginadas, palabras, casi todo son palabras. Frases, que a veces, consiguen ser oraciones.
Escritos públicos, de débito privado. Comentados, por vosotros, cosa que agradezco, aunque sé, que como con todos, sois benévolos. Viajando por un sin fin de blogs, he constatado, a escondidas, que siempre o casi, los comentarios que se dejan por cada post son indulgentes con la literatura, afectuosos con el publicador, afables, generoso y a veces incluso complacientes. La crítica no abunda. Escasea en todo caso. Quizás, porqué como yo, una mayoría es gente, que seguramente jamás, llegará a divulgar una obra con interés para una pluralidad. Gente, incapaz de criticar algo que saben, con seguridad, que lo que ellos hacen está igual o peor, que lo apostillado. Por eso y por qué es más fácil decidir quedar bien.
Dudo de si la anfibología de este texto sea que me critiquéis. Pero si es vuestro deseo, que puedo hacer yo a parte de borrar el comentario o intentar aprender de vuestro juicio, siempre, que sea constructivo. Sino, lo dicho. En fin, que yo, también tengo un blog. También comento por aquí y por allí y también me comentan (poco pero muy agradecido). Sé que en la inmensa mayoría de blogs los comentarios son alabanzas o elogios demasiadas veces interesados por su reciprocidad. Por eso y por la anónima personalidad de los egos leyentes, creo que todos los comentarios si estuvieran expuestos a intereses serían distintos. Quizás, es por esto mejor, que no haya lucro. Yo también tengo un blog. Sin lucro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario