lunes, 23 de agosto de 2010

Qué postre.

Era un día tan rutinario como cualquiera de los últimos treinta años. Me llamo a cenar, y fui. Me senté en la silla de la mesa de la cocina, había un poco de pescado a la plancha y patatas al vapor. Empecé a cenar y ella también. Estaba no más callada que siempre porque es imposible, pero si igual. Cogí un poco de pan y al caerme una miga al suelo me dijo:
-          Ya no puedo más, estoy harta. No consigo ni dormir, a tu lado. No te aguanto. Eres un ser despreciable y los has sido toda la vida. Me tienes hasta el coño (sitio en el que no había estado desde hacía mucho). Por mi te puedes morir.
-          No lo sabía, yo, creía que estábamos bien. Le murmuré.
-          Pues, ya ves que no es así. Por mi parte, hace mucho tiempo, que ya no siento nada, quizás y solo; pena. No quiero pasar ni un minuto más a tu lado. No quiero tu compañía, para nada. Así que ya puedes marcharte.

Y me echo. Y me fui. Desde siempre había reprochado ser un conformista. Y ahora, ya, ni eso le molestaba.      

4 comentarios:

Lila Biscia dijo...

uh!
describiste perfecto cierto momento por el que todos odiamos haber pasado...
besos

Pequeña Rock and Roll dijo...

Sólo puedo decir, que estoy totalmente de acuerdo con Lila!

Sonrisas

Lila Biscia dijo...

Vuelvo a comentar, para decir que me alegra el acuerdo con Pequeña.
;)

Jou McQueen dijo...

Conformidad total. Esto es, un mal trago de beber. Pero en fin, por lo que veo por aquí, todos felices. Mejor así. Un beso a las dos.