Era un día tan rutinario como cualquiera de los últimos treinta años. Me llamo a cenar, y fui. Me senté en la silla de la mesa de la cocina, había un poco de pescado a la plancha y patatas al vapor. Empecé a cenar y ella también. Estaba no más callada que siempre porque es imposible, pero si igual. Cogí un poco de pan y al caerme una miga al suelo me dijo:
- Ya no puedo más, estoy harta. No consigo ni dormir, a tu lado. No te aguanto. Eres un ser despreciable y los has sido toda la vida. Me tienes hasta el coño (sitio en el que no había estado desde hacía mucho). Por mi te puedes morir.
- No lo sabía, yo, creía que estábamos bien. Le murmuré.
- Pues, ya ves que no es así. Por mi parte, hace mucho tiempo, que ya no siento nada, quizás y solo; pena. No quiero pasar ni un minuto más a tu lado. No quiero tu compañía, para nada. Así que ya puedes marcharte.
Y me echo. Y me fui. Desde siempre había reprochado ser un conformista. Y ahora, ya, ni eso le molestaba.
4 comentarios:
uh!
describiste perfecto cierto momento por el que todos odiamos haber pasado...
besos
Sólo puedo decir, que estoy totalmente de acuerdo con Lila!
Sonrisas
Vuelvo a comentar, para decir que me alegra el acuerdo con Pequeña.
;)
Conformidad total. Esto es, un mal trago de beber. Pero en fin, por lo que veo por aquí, todos felices. Mejor así. Un beso a las dos.
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