jueves, 31 de diciembre de 2015

BESOS VACIOS



Lunes. Me fascina mi talento innato de ser capaz de no comprender casi la totalidad de los hechos que ocurren a mí alrededor. A veces, soy como una roca en medio de la vertiente norte de una montaña llena de vida y yo, tan inerte. Quizás sea porque me pregunto demasiadas cosas. Puede, que debería asumir que la vida transcurre igual que el agua río abajo.  Y al revés que en las películas concebidas para engañarnos con príncipes azules, mujeres que no envejecen, o  introducción, nudo y el desenlace esperado, finales felices siempre, cansan.  En la vida acostumbran a sucederse momentos ordinarios, alguno feliz y baches profundos en los que reflotar el ánimo es un esfuerzo que desgasta y crea arrugas. Pero debemos conseguir del mismo modo que hemos hecho con los gin-tonics,  que un cubata ya no sirve exclusivamente para emborracharse si no que es ahora algo elegante. Debemos darnos cuenta que en lo corriente está la belleza, en el vuelo de un pájaro, la forma de una nube, el caer de una hoja, en el enfado y en el desenfadarse, en la partida y en la vuelta y,  sobe todo tener en cuenta, que lo viejo no es algo inútil y anticuado, sino algo o alguien lleno de valor. Porqué si perdemos la aptitud de amar por culpa del paso del tiempo, los besos acaban estando vacíos.
  
Martes. El frío me ha resfriado. Tengo los pies y la espalda helados. La nariz obstruida y el cuello como un estropajo.  El cuerpo esta destemplado tanto como mi búsqueda de la racionalidad en lo cotidiano.

Miércoles. Sigo en el mismo tránsito entre estar normal e inarmónico.

Jueves. Fin de año. Me sorprende poder acabar un año en jueves. Todos deberían acabarse en domingo. Tampoco comprendo el tiempo, ni los segundos, ni los minutos, ni las horas, ni los días, ni las semanas, ni los meses y mucho menos los años.  

Feliz 2.016      

martes, 24 de noviembre de 2015

El mal de amor únicamente afecta a los enamorados.

No escribo por qué no sé qué escribir. Podría escribir del amor. Pero de ese amor que es tan bello que nunca se consigue consumir. Que es tan hermoso que se convierte en incapaz de dejar volar mariposas. Por miedo a que al ser visto y usado se deteriore perdiendo el brillo que ahora deslumbra. Una pena. Un castigo que sufre todo enamoramiento. Enemigo de la rutina y del paso del tiempo, cuando el peso de la historia igual que el polvo del camino, cubre lo inmaculado de lo virginal. Cuando lo más precioso aún es ser uno mismo sin que el paso de cada segundo haga de eso el destierro de los sentimientos. Verdugo el temor, dueño del flagelo y el encarcelamiento del valor. Arrestado eternamente a la magnificencia del cuerpo nunca herido, nunca envejecido. A la juventud perenne, a la sonrisa incansable. No escribo. Por qué creo que nadie me lee. Por qué des de hace mucho parece que no me anestesia del dolor de la realidad. Por qué para reflejar cuatro palabras mal enlazadas no reúno el valor suficiente, ni las náuseas tampoco proponen el suficiente combate para noquearme. No soy presa de la intención de creerme capaz deslumbrar a nadie ni de alcanzar un éxito que sé, que jamás me llegará. No escribo des de hace demasiado por falta de tiempo y de ganas, de hambre y de sed, de llanto y de júbilo. No escribo por qué no quiero que cómo en el amor a iniciar, el paso del tiempo resquebraje la belleza que al escribir creo (aunque dude de estar haciéndolo) dar a mis palabras.                

viernes, 30 de octubre de 2015

¿Cuánto dura un asalto?




Es fría la lona. Lo notas justo en el momento en que tu torso desnudo cae sobre ella igual que un trozo de carne cae en el mostrador de una carnicería. Seguidamente la cabeza choca contra el suelo absorbiendo la gravedad por la mejilla cómo el mentón ha sido incapaz de digerir el último golpe que la vida cargo de rabia. Y el knock-out es un precipicio donde se despeñan las esperanzas, los caminos alternativos, o los diferentes futuros que jamás ya, podremos contar cómo experiencias vividas. La derrota es dolorosa. Tan dolorosa como el peor golpe en el costado, ese, que corta la respiración, crea un hematoma y esguince intercostal, siendo capaz de acabar con todo un sinfín de aspiraciones. Ante todo eso,  levantarse es casi imposible hacerlo solo. Mientras, la baba sigue resbalando hacía el exterior de la boca pues te sientes imposibilitado para tragar nada más. Los ojos cansados se quedan entre abiertos, intentando asimilar la realidad vertical. Y es, en ese instante cuando, lo que más desearías, sería quedarte dormido, para poder empezar a soñar.     

sábado, 29 de agosto de 2015

¿Dónde está el refugio para los refugiados?





Al despertar. ¿Existe la conciencia social más allá de un par de calles abajo o arriba? He dormido mal y poco. Las imágenes de refugiados ahogados en playas donde aquí tomaríamos el sol, son feroces. La atrocidad de niños ahogados en busca de un futuro es tan dramática como la desesperanza que habita en aquellos países donde la vida se ha hecho un procedimiento imposible. ¿Es culpa de un mal gobernante?

Veo niños de la edad de mis hijos andar y andar por campamentos de refugiados, algunos están en pie, otros, desolados y devastados, Niños que andan igual que los míos yendo al colegio. Y sin embargo, la brutalidad de su situación radica en el egoísmo del ser humano, donde el concepto de propiedad, sobretodo en el primer mundo, nos hace creer capaces de poder gestionar quien entra y quién no en nuestro territorio, nuestro, por obre y gracia de la diosa fortuna, algo casi tan incomprensible cómo el espíritu santo.  Y ellos, intentan cruzar fronteras saltando vallas igual que delincuentes sin serlo.

En una imagen de ayer, hay una multitud que espera con sorprendente calma delante de una frontera a ver si les dejan pasar. Cuantos médicos, ingenieros, universitarios, albañiles, electricistas, mecánicos, doctorados, futuros maestros, artistas, cuantas personas buenas, honradas, personas, que quizás, no hace tanto, tenían una vida no muy alejada a la nuestra y están allí, esperando, si un político o un grupo de ellos les acepta y los deja pasar o, no es así, y deben deshacer el camino para ir en busca de una nueva oportunidad, por quién sabe dónde, sin tener la opción de caer exhaustos pues eso únicamente significaría muerte, por qué no hay nadie con la suficiente capacidad para recogerlos. Y los que si la tenemos, estamos discutiendo si se debe o no levantar la barrera ¿barrera? Aquí, en Cataluña, jugamos a eso, a construir barreras, cómo si hubiera pocas. Qué sin razón.  Y el gobierno de Mariano Rajoy, propone que a los sin papeles (nombre de género tan vergonzoso cómo nuestro presidente) demuestre que no tienen recursos para no tener de pagar la atención sanitaria. Él, que seguro los tiene ¿Paga?

Mientras, unos indeseables, asesinan a 71 persona,  refugiados de Siria. Morían, dentro de un camión frigorífico por asfixia, era una trama de trata de personas, entre ellos, 4 niños. Debemos cambiar la denominación que nos dimos como especie, pues cada vez, somos más inhumanos.  

martes, 18 de agosto de 2015

Iphone99

Noche. Luz de luna. Andamos con una sombra tan tenue que parece que en cualquier momento se va a diluir en la tierra, filtrándose igual que se filtraba antaño la muerte en lo más profundo del subsuelo hasta conseguir desaparecer, eso sí, para toda la eternidad. Por qué ¿Es infinita la muerte? Y ¿acaso importa?
Podría pensar, si fuera un romántico, que morir es algo así como el ocaso. Un paso. Un tránsito asegurado. Sin embargo la parte más racional con la que a menudo me dejo sentir protegido y gobernado y no sé si protegido por ser gobernado, me susurra que es algo mucho más cruel y no me lo dice gritando para no asustarme, creyendo que si me lo introduce con la precaución de algo suave, con la menudencia de lo relativo, el miedo, será, como el vaivén de las olas de un mar tranquilo que empapa la playa sin la virulencia del temporal. Mientras, la aroma del café de media tarde vuelve a mí como vuelven los recuerdos de noches de amor desbocado sin límite. Casi eternos y eternas, cuando la juventud era un valor añadido a la fogosidad, el temperamento y al tiempo de desposesión de lo decente. Y ya duermes exhausta a mi lado.
Nos debemos a ellos. O eso me han enseñado. Así es el florecer. Así son los días que empujan los años, esos años que crean arrugas y destiñan princesas. Que consiguen hacerte creer más o nada. Y empujan con patadas despiadadas la juventud por cada uno de los poros de la piel. Y como quién cree posible retenerla cayendo en un ridículo absoluto, caemos casi todos, en el transcurrir de la descosida rutina loca y sin remordimientos.
Amanece que no es poco. Otra oportunidad para arrastrar otro día con la mejor sonrisa posible. ¿Somos capaces de ser felices únicamente con quererlo? O ¿Es la sociedad del capitalismo tan despiadada que sin un Iphone99 ni eso nos permite?   

viernes, 8 de mayo de 2015

Vacío doloroso

Media mañana. Por suerte, me hice mayor antes que los colegas, la moda, Cristiano Ronaldo, es nombre de persona Cristiano Ronaldo ¿?, me pregunto si en vez de haber sido estrella de la mágica galaxia del futbol, ahora en huelga ¡cagaté! hubiera sido un albañil cualquiera, ese nombre tendría alguna clase de gracia. En fin.  Que me hice mayor antes que esa alineación de estrellas hicieran parecer algo normal, intentando convencerme, de las cualidades de la depilación de las cejas, entre otros tratamientos estéticos únicamente aptos para tipos con tiempo suficiente para poder mal gastarlo. A mi edad, los calvos los son ya más a causa de los años que de la genética, que también.  No tengo nada contra ellos, incluso apoyo a los que se rapan para parecer más sexys. Yo, a menudo tardo varios días en afeitarme la barba pero es por pereza.  Que la barba es otro de los iconos de moda de estos últimos tiempos. Me parece fascinante todos esos hombres que disponen de un sinfín de cremas y productos de hidratación etc., en sus baños, con unas cejas más delgadas que la mayoría de mujeres,  unos pelos más en lacados que en los ochenta, pantalones pitillo, camisetas de tirantes, y que tardan más en acicalarse que sus madres, heterosexuales y con una barba fornida con la que demostrar su virilidad. Me hice mayor.

Medio día. Enciendo la tele mientras se está haciendo la comida y está repleto de espécimen de esos que me sorprenden en un programa de televisión donde ellos son los protagonistas. Lo sigo hasta el final, intentado comprender algo. No lo consigo. El apetito es algo que no pierdo con facilidad. Hoy no comeré.

Media tarde. El hambre me mata. Me mata tanto como lo puede hacer el dolor de cabeza. Es una sensación de vació interior tan profundo que casi da miedo. La soledad profunda quizás, sea algo parecido a esto; Un vacío doloroso.  

martes, 14 de abril de 2015

Peatón

Si supiera bailar, bailaría. Pero no sé.
Un anciano empuja la silla de ruedas donde su mujer afectada por alguna enfermedad degenerativa está sentada en su propio olvido. Recuerdos sesgados sin razón aparente ni coherente. Él entrega todo su empeño por qué estos primeros rayos de sol de primavera acaricien su rostro, que sin duda, vale más que todo el oro del mundo. Pocos metros después en el primer banco con el que tropieza, se sienta a reposar y estaciona la silla delante, para poder estar los dos, frente a frente. Y en una sigilosa intimidad le cuenta algo que no alcanzo a escuchar, mientras ella, lo mira con una mirada de estar perdida en un laberinto interior y profundo, tan y tan profundo, que casi la luz ya no consigue iluminar el camino hacía el mundo exterior. Sin embargo, para él, eso no importa, lo demuestra su ternura, su atención y su amor verdadero, una adoración inmensa por todo lo vivido juntos, que aunque seguramente antes casi en ningún momento fue maravilloso, por el ajetreo del día a día, ahora lo es. Y como os he contado al principio, si supiera bailar, en este mismo instante, en que el vaivén de la personas es constante a su alrededor, inmersos en su fatigadora rutina, sin prestar atención en qué a veces, el amor más bonito está en manos esqueléticas, en dónde el musculo ha perdido vigor y deja al descubierto la delgadez del hueso, la anchura de la arterias y la venas, el incompleto recorrido de los nudillos y el desmayo de la piel manchada por el tiempo en la mano. En ese mismo instante, en que ellos saborean las escasas horas, días, o meses que les quedan con la pasión que el sediento bebe, pero sin su ansiedad, es cuando me hubiera puesto a bailar, solo, o con cualquier transeúnte (a elegir mujer), sin música ni intención, un vals o qué sé yo.

Pero no. Fui un peatón más, seguramente, tan igual que el resto, que asusta.              

sábado, 28 de marzo de 2015

De hablar y follar

Cenando. Me di cuenta que cuanto más mayor me hago, más me cuesta digerir el romanticismo cursi. Me crea un ardor casi insoportable. Quizás dejé de ser inocente. Quizás, me estoy haciendo viejo. Seguramente, nunca he sido un apasionado insaciable, molesto y a menudo insufrible de cualquier cosa de las que nos rodean. Sin duda, no todo me parece maravilloso. Incluso, a veces, la mayoría de las cosas se prende de un gris opaco que asusta. Hace tanto que no soy el rey de la noche, que los amaneceres han perdido eternidad. Dejé de buscar musas en cualquier rincón para pintarlas después desnudas en lienzo que nunca existieron. Volviendo al romanticismo, es como ir de copiloto en una carretera de montaña, repleta de curvas cerradas y con el mareo suficiente para no poder disfrutar del paisaje. Aunque el horizonte frente a ti sea a tus ojos un infinito de cordilleras con sus picos nevados, sin banderas.

Al acostarme. Desde hace unos días, escucho con más insistencia, cómo si lo hicieran aposta, los vecinos. Ven mucho la tele, hablan poco y follan menos. El otro día, en el ascensor, me tropecé con ella, la vecina, y la verdad, es, que me encontré en la encrucijada, de decirle lo que para mí tenían que hacer si no querían acabar viviendo como dos extraños o separados; cerrar el televisor, hablar más y acercar sus cuerpos sin ropa, dejando que sus pieles se volvieran a rozar, reencontrándose, igual que lo hacen las pupilas gustativas al saborear esos caramelos que tenía siempre tu abuela, guardados en ese tarro de cristal, que tan solo al abrir ya se desprendía el olor que te llenaba la boca de saliva, a ver si a ella, se le humedece otra parte.  Pero callé. Tengo el vicio de no entrar demasiado en la vida de los demás. Es por qué no me gusta que lo hagan con la mía, sin embargo hay quién se entromete continuamente, con afán de no sé muy bien qué. Que les den a todo por el culo. Decía siempre un amigo mío yonki a los que intentaban ayudarle a cambiar la vida qué llevaba. Debo aclarar que yo también creo que una vida de drogadicto no es una vida demasiado bien aprovechada, aunque no menos, que una de cura o de monja. Por otro lado a él, le parecía la forma más magnifica de vivir su deseada no muy longeva vida. Y yo, que respeto, que alguien sea capaz de creerse que un hijo de una señora y un paloma, muerto y después resucitado, hijo, padre y dios,  fue capaz de crear el universo, algo para mí realmente complicado de entender y casi inconcebible, en sólo siete días y que son seis por qué el último descanso. En fin, cada uno que viva como le dé la gana si no condiciona al resto.


Desayunando. Me levantado optimista y con buen pie. Quizás mientras dormía escuche sin darme cuenta que los vecinos follaban y eso me ha cambiado el ánimo. Aunque estoy casi seguro que no, mi sueño desde hace ya unos meses es poco profundo, al revés de lo que me pasa cada vez que me pongo a pensar en cosas  antes casi irrelevantes de mí vida. Debo dejar de pensar, puede que así consiga descansar más. Debemos hablar más amor. 

jueves, 5 de marzo de 2015

El squash se me da fatal

Ayer. A media tarde fui a comprar un CD. -¿Alguien a parte de yo viene a comprar música aún?- Pregunté al chico con gesto aburrido que divagaba de un lado al otro de la tienda como lo hacen mis pensamientos cuando rebotan como un pelota de squash de una pared a otra de mi cabeza, hasta lograr crear un eco tan insoportable que debo tomar alguna droga a parte de legal blanda, que consiga enmudecer al eco, para que yo, en una lucha cuerpo a cuerpo procuré derrotar a esa parte idiota e infeliz que filtra pensamientos que me duelen.  Normalmente vence el idiota. Debo reconocerlo. -No, la verdad es que no hay muchos románticos que vengan a buscar música aquí ya.- Respondió él con cara de esquela comercial.  –No creo que sea capaz de comprar ni música ni libros por internet.- Puntualicé. –Me gusta demasiado el tacto de los libros, su olor, el paisaje que forman en la librería de esa habitación donde un sillón de piel con arrugas acompaña al horizonte colorido de retales editados con tapa dura o blanda. –Pues tienes un cuerpo muy joven para un pensamiento tan anticuado- Me soltó él, y su opinión, se perdió dentro de mí igual que se pierde la música por las ventanillas bajadas del coche cuando conduzco sólo. Tanta pena me dio la amenaza de ruina que vi en esa tienda de discos, y preocupado por no saber dónde ir a comprar si allí cerraban, que compré el disco que buscaba y otro, al azar.

Hoy. A veces me desconozco. Llevo más de medio día escuchando el disco que compre porqué sí y no me gusta nada. No será el primero que muere en un viaje casi estelar por la ventanilla en un intento de encontrar el agujero del contenedor. O puedo dejarlo en casa, en esa estantería la cual es un cementerio de objetos sin valor para mí, pero con la suficiente capacidad para no creer que nunca más y quizás, serán capaces de reclamar un poco de mi atención.  A veces me desconozco tanto que me gustaría dedicarme íntegramente a encontrar mí alter ego. Y empezar ese viaje, tantas veces sin retorno, de descubrir realmente esa parte idiota que me domina en buena medida, por un camino que no sé si seré nunca capaz de caminar.   


Mañana. Predicen, que lloverá. No me molesta ni tampoco me entusiasma. A veces la vida se empaña, y nadie se da cuenta.      

miércoles, 25 de febrero de 2015

Sé para que sirve la tapa del wáter

Odio la música militar. Por otro lado, y sin saber el por qué, me gusta la palabra gatillo. Sin embargo, las armas me dan repelús igual que algunos animales. Aún a sabiendas, que nosotros somos eso, animales. Algunos más que otros.  A menudo me despierto a media noche convencido de que sería capaz de suicidarme. Luego o amanece o me vuelvo a dormir. 
Ni al levantarme ni durante todo el día se diferenciar un buen café de uno malo pero sí, el que me gusta del que no. Estoy viciado al café al igual que lo he estado a otras cosas. Espero que dentro de nada no salga un estudio explicando que los efectos secundarios del mismo son atroces para la salud, pues ya estoy harto de quitarme placeres que endulzan la amargura de esta vida mía que a menudo la vivo como quiere ella.  Hace quizás demasiado que no ando a gatas. Y en la casa en la que vivo ya no se pueden hacer más ventanas. ¿Debería mudarme?
Ayer. No baje la tapa de wáter y mi compañera me volvió a explicar lo molesto que es para ella que eso ocurra. Le contesté que a mí con los otoños me pasa lo mismo. Se fue a la cama a leer,  igual que quién busca la libertad de vivir otra voluntad que no es la cotidiana. Al acostarme yo y ver que aún leía, le dije que a mí me pasaba con la soledad. Me contestó que cada día estoy peor. No puede más que afirmar con la cabeza. Creo que a veces me gustaría ser un cura. Para estar casado con dios; él nunca me pediría que bajase la tapa del wáter.
Gozo de un rincón secreto al que me pierdo cuando creo que lo necesito. Las razones que crean la necesidad pueden ser tan dispares unas con otras que parece increíble que el lugar pueda ser el mismo. Me da miedo pedir a mi compañera que cuando muera tiren mis cenizas allí porqué dejará de ser secreto y medicinal.  Canto fatal, por eso no canto más, aunque a veces pegue voces siguiendo alguna canción para perfumar el olor en ocasiones rancio del día a día.

Tengo un descosido en el costado por donde me sangra el tiempo. Desertor a veces de mi mismo huyo a ningún lugar para soportar lo que me atormenta, relámpagos y truenos del porvenir.    

viernes, 6 de febrero de 2015

Antes de acostarme

-          ¿Qué es la vida? -Me preguntaba un amigo al amanecer apoyados en la barra de un bar. Con algún ron de más y sin saber muy bien si habíamos dejado de ser grandes o empezado a serlo.-
-           Un transcurrir de momentos incesante y a la vez la mayoría irrelevantes de acciones que nos conducen a sobrevivir de la mejor forma posible, para llegar a la muerte lo más tarde que las desdicha nos permita. - Contesté sin saber demasiado que decía.-
-           ¿Y la muerte? –continuo-
-          Para cada una algo distinto y para todos lo mismo. La nada para mí. –respondí-
-          ¿Nos vamos a la cama? –dijo-
-          ¿Y por qué soñamos? Pregunté yo.
-          Para escaparnos de esta realidad que nos oprime el espíritu y desahogar la conciencia que tenemos amordazada por culpa de la civilización, única forma de vivir todos en multitud aún sin comprender la necesidad. Somos como esas hormigas organizadas para que el grupo funcione. Cada uno tenemos nuestro cometido para que el engranaje no pare y nos puedan tener distraídos, ocupados, atareados todo el tiempo, así no hay más tiempo para pensar en otras cosas que no sea el día a día y el futbol.

-          Va, vámonos a la cama, pero cada uno a la suya. 

sábado, 24 de enero de 2015

Nacer es una mierda

Hay personas capaces de llevar una vida contemplativa. Y eso me sorprende. Lo he intentado en alguna ocasión y les puedo asegurar, que no es para nada fácil. Desconozco el  por qué pero ya desde pequeño los pechos de las mujeres me han atraído, me ha sido siempre indiferente su tamaño, menos los excesivos y debo alagar que los de silicona tampoco son de mis preferidos, del resto todos me dejan anonadado. ¿Por qué les cuento eso? Pues porqué incluso, tumbado en la arena de la playa con una cantidad interesantes de senos al sol, soy capaz al poco de aburrirme profundamente. Sin embargo, la cosa cambia sentado en un banco de alguna calle principal de una ciudad considerable. Soy como las abuelas esas capaces de pasarse allí días enteros chismorreando entre ellas, aunque yo lo hago conmigo mismo, como en el amor.
Creo, aun así, que sería incapaz de pasar el resto de las horas, de minutos y de segundos de mi existencia, de forma contemplativa. El nerviosismo de estar atareado me da vida, me ayuda a levantarme cada día con fuerzas, con ansias de tirar para adelante tragando a dentelladas todas esas ocasiones que las cosas salen rana o sapo. Y la verdad, es que no sé si calificarme como una persona optimista. Pero pesimista para nada. De tripas corazón. Sapo, lo decía por mí, pues infinidad de veces, mi compañera se da cuenta que soy más parecido a eso que a cualquier otra forma monárquica. No tengo un caballo, ni anillos, ni media melena, ni mallas o legins, ni un deseo ocioso de gobernar demasiado  más nada que mi vida, echo, que hay muchos hombres casados que no lo consiguen. Y me repito al decir que no hay soledad más profunda que la soledad de la mala compañía. Pero, qué esperar de la vida si eres un ateo convencido, gracias a dios, y piensas que el solo hecho de nacer ya es una mierda pues te obliga a vivir y vivir todos sabemos cuál es su única terminación. Y no, no hay manera, de entender lo que significa vivir más que sobreviviendo.

Y que para poder agarrar la vida y vivirla de forma contemplativa debes, sin duda, saberlo hacer.     

lunes, 5 de enero de 2015

De recuerdos nunca vividos


Por mucho ruido que ejecute.
Todo parece mudo.
Ni con el peor estruendo,
Consigo romper el maldito silencio.
Algo similar me pasa con el inmenso vacío.
Pues he llenado de trastos la casa y,
aunque la mierda me sobrepasa,
Ocupar ni mitigar mi desdicha consigo.
Tampoco te llevaste tanto en tu huida.
Alargadas
aparecen las sombras de la tarde
y peor que nunca
es el hedor de las sobras.
Huelen a cadáver,
a putrefacto
y temo al contagio.
De todos esos recuerdos,
que ya nunca,
Podremos contarles a nuestros nietos;
Si es
que existen.