Mientras tiraba marcha atrás, yéndose por donde un año
antes había llegado, él, la miro a los ojos, echándola en ese mismo instante ya
de menos y sin pensarlo, le gritó:
-Si tengo otra vida, prometo buscarte. Será lo
primero que haga.-
Segundos después, cuando ella se alejaba ya encima de
su corcel blanco, castigado toda la vida con la incredulidad, consideró, como
una revelación, levantarse ante la cruda realidad y asumir que debía ir a hallarla
en esta y no otra, pues lo más probable era, que no habría.
Una calabaza. Buscaba una calabaza. Y de la calabaza
pasaron a las palabras, de las palabras a las conversaciones y de las
conversaciones, a intercambiar alientos. Compartiendo oxígeno para conseguir
respirar mejor. De las mañanitas, a los mediodías y a las tardes, y a las
noches. De los roces, a los besos y de los besos al querer. Cómo una brisa
suave, los sentimientos se apoderaron de sus organismos y con ellos el deseo. Y todo, en cinco minutos en cada escapada.
Escondidos siempre del valedor de ella, del protector
de él. Recordando que al llegar, casi ni se miraron. Pero allí estaban… seres prohibidos:
Jugando a ser humanos.
Por las calles empedradas. Ocultados entre sombras, creyendo
ser invisibles. Eternos. De madrugada, sobre el frío suelo. Detrás de la puerta.
Igual que un relámpago un beso, una mirada, apretujándose con fuerza, pensando
que no podrían ser separados. Palabras y más palabras sin acabar nunca de explicárselo
todo. Buscándose en el espacio, muertos de sed, de hambre, de vida. Muertos de
ganas.
Amputado todo por la existencia de una realidad paralela
cargada de raciocino. Gris. Colgados de un sueño que no podía traspasar de eso.
Y su sueño después, murmuraron haberlo podido vivir. Aunque fuera medio ocultos
tras la incomprensión de la enfermedad de un pueblo unido por un yugo de
clasismo.
Pena. Al girarse al oler su aroma y descubrir a otra.
Al olvidado sabor de su aliento. Al tacto de su piel. Al placer de sus
labios. De su cuerpo. Al perderse recordando el recorrido por sus lunares. De
sus risas. De sus sonrisas. De sus ojos brillar. De su preciosa timidez. Pena de no poder escucharle
sus penas. Pena: Que cargar. Que acecha. Que entristece. Que cansa. Pena. ¿Por
qué? Todo eso cuando nadie nos ve.
Y cómo un extranjero; sintiéndose se fue.
Y cómo un extranjero; sintiéndose se fue.