lunes, 31 de mayo de 2010

La palya.


No me gustan las espinacas. De esto estoy seguro. Hace tanto tiempo ya, que convivo con una mujer, que he llegado a dudar hasta de mis propios gustos. Ellas lo tienen tan claro, que te confunden a ti.

Es sábado de madrugada y me estoy apunto de dormir, me he levantado temprano y lo único que pienso ahora, es que mañana, día en que hasta el señor descanso, no tengo que madrugar. La cena de los sábados con los amigos es tan sagrada como la misa (para algunos) los domingos. Hay noches en que nos dejamos llevar y la sobremesa se alarga, un placer. En fin, que cuando estoy ya entre lo real y lo irreal mi mujer me susurra al oído, como si fuera una guarrada, “¿he que iremos a la playa mañana?”. Y siento, que ya me ha jodido, y no, de la forma que a mi me gustaría. Estas preguntas tan afirmativas son una trampa, como cunado invitas a una chica a subir a tu casa para tomar la última copa. Una encerrona. Y tu, para sentirte más varonil, con sueño descontrolado, dices; Si, pero a la hora en que me levante.

A las nueve de la mañana, los trastos de la cocina, hacen un ruido poco habitual que entorpecen mi sueño. ¿Por qué será? me levanto y hace buen día. Es hora de ir a la playa.
-¿Has dormido bien? Me pregunta mi querida.
-Si cariño. Respondo.
-Ya lo tengo todo preparado y cargado en el coche, cuando quieras nos podemos ir.
-Ahora mismo. (Qué suerte, no tener que cargar nada, aunque ya descargaré).

Paso el día en la playa, al sol, lugar que odio. Dos horas de viaje, una hora para encontrar parking, busca lugar en la arena para poder poner la toalla con espacio e intenta no tener unos “calaicos” (chicos jóvenes, modernos y que siempre molestan a quien los rodean sin querer queriendo) al lado. Llénate de arena tu y el coche, quémate y si estas de suerte al comer, que la tortilla de patatas, no te caiga en la arena. Pórtate bien, y hasta que ella no esté cansada, ni mormures. Por lo menos, espero, ser recompensado antes de acostarme, sin tener que odiarme ni mí y ni a mi abnegada (o eso me hace creer).
Y me acabo odiando. Por abnegado (sin dudarlo).
- Mañana, para comer, haré espinacas. Buenas noches, cariño.
- Buenas noches.

Se me olvidaba contaros, que a ella, si le gustan las espinacas.
Mañana, comeré espincas.  ¿Cómo no voy a comerlas? Y además, le diré, lo ricas que le han salido. No se si es mi matrimonio una farsa o lo soy yo, de mi mismo.

No hay comentarios: