No soy mucho de
Navidad. Ni de Cristo. Ni de todo lo que lo envuelve. No quiero hoy, empezar a
cagarme en demasiadas cosas culpando en algo que no creo, como es la religión,
todas y los religiosos, todos. La historia nos ha enseñado que para hacer algo
es necesario moverse. Unidos. Igual que ya ha pasado anteriormente sin tantas
facilidades como las que tenemos ahora y, sin embargo, no somos capaces de
emprender nada. Es triste. A mí me parece triste.
Triste, que hoy
los comedores sociales estén todos desbordados, con cada día menos ayudas. Triste,
que pueda haber una sola persona que no sea nadie, nadie para el resto de la
humanidad. Un sin nombre. Triste, que padres no puedan regalar un trozo de pan con
chorizo a sus hijos. Triste, que niños mueran de hambre, aunque sea a diez mil kilómetros.
Triste, que ancianas que han gastado sus vidas trabajando no tengan con qué
sobrevivir. Triste, que retrocedamos en derechos cuarenta años. Triste, que un
ser humano no sea capaz de ver que le sobra demasiado. Triste, la avaricia, de
muchos ladrones impunes por ser políticos, banqueros o vistan de etiqueta. Triste,
que tirar de la manta pueda ser una amenaza y no se haga. Triste, no poder cambiar
el mundo en el que vivimos, ni tener intención. Triste, que sea todo tan difícil,
porque el poder esté usurpado por viejos dinosaurios acomodados que no ven otro
futuro que seguir viviendo como sanguijuelas de una sociedad acostumbrada a que
la sangren, porqué os aseguro que yo no he estirado más el brazo que la manga e
igual que yo la mayoría. Triste, perder la juventud por no tener el valor a
causa de vivir seguramente demasiado acomodados. Triste, un sinfín de
acontecimientos, de hechos, de quimeras que quedaran en eso.
A pesar de todo
para mí, no puedo negar que serán unas navidades felices. Si nada cambia. Y me
debo a ello, a ellos. Debo celebrarlo, festejar que un año más las cosas y
nosotros seguimos bien, no más.
Felices Fiestas.